El título de mi obra refleja su esencia: revelar lo que la piedra oculta en su interior. En Holanda, la presencia de rocas es escasa, ya que nuestro subsuelo está compuesto principalmente de barro y arena. Por lo tanto, fue una enorme sorpresa descubrir la diversidad de piedras en mi entorno donde vivo. Granito, pizarra, diabasa, mármol, arenisca, caliza: para un escultor, esta variedad es un tesoro inagotable. Las rocas albergan vetas, roturas, colores, cristales y brillos, incluso contienen fósiles, encapsulando vida dentro de las rocas, de la cual apenas tenemos idea. Llevan consigo una historia. Por ejemplo, la diabasa, una roca de origen volcánico presente en esta zona, puede tener una antigüedad de hasta 400.000.000 años. Encuentro la diabasa en forma de bolas redondas, piezas irregulares e incluso trozos enormes de 700 u 800 kilos. Me imagino que en épocas pasadas, las bolas más pequeñas se utilizaron como armas arrojadizas contra los enemigos o como proyectiles de cañón. La caliza, una roca sedimentaria, se formó en el fondo del mar a partir de innumerables conchas que se depositaron durante cientos de millones de años. Al tallar la caliza, a veces descubro fósiles de estas conchas. Cuando la caliza se calienta y se derrite debido a los movimientos tectónicos y altas temperaturas, su composición química cambia y se forma el mármol, una roca metamórfica. El mármol que utilizo proviene de Portugal. Mi objetivo es preservar al máximo todas las propiedades distintivas de cada roca y mostrarles el debido respeto. Además, deseo resaltar las propiedades que no son fácilmente perceptibles, sacándolas a la luz. Al mismo tiempo, intento dañar la piedra lo menos posible al añadir mi toque personal. Busco enfatizar los contrastes en colores, líneas y formas, tanto en las superficies naturales como en aquellas que he labrado y pulido. Siempre busco la asimetría, líneas que se tuercen, inclinadas u oblicuas, formas curvas y rectas, así como líneas y formas que sean naturales y orgánicas.